Llovía a cántaros. El problema
es que acababa de perder su elegante y caro paraguas, de
talle elegante y fácil apertura, y el único que encontró fue el que su sobrina
se había dejado olvidado la noche anterior, de todos los colores del arco iris. El dilema acabó con la decisión de que, entre su dignidad como jefe de sección
y su traje nuevo, no pasaba nada por aguantar unos cuantos chistes en la
oficina. Y desde luego los colores del paraguas cumplieron a la perfección con
las jocosas expectativas, todo unido a que se derramó el café por la mañana y
tropezó con su propia silla, lo cual le había hecho viajar en el tiempo, al
patio del colegio y a sus gafas, y a ese niño torpe que aquel día había
vuelto a hacer de las suyas.
Chapoteando entre los charcos de
la calle, Juan volvía a casa malhumorado. De repente, notó como si una fuerza
se apoderara del colorido paraguas. Empezó a escuchar una melodía tenue que le
hizo olvidar la lluvia que caía con fuerza en aquel instante; una sensación
cálida iba abriéndose camino en su pecho, y la melodía fue perfilándose como la
canción que su querida yaya le cantaba al ir a dormir. No sabía por qué, pero
en esa dulce atmósfera recordó algo que le había dicho su hermana. Ella era
enfermera en el hospital y le comentó que los miércoles había un taller de
cuentacuentos en la planta de pediatría. En ese momento sus pasos le encaminaron
hacia allí. Cuando llegó, su hermana le recibió muy sorprendida: “Pero si a ti
no te gustan los niños” le dijo. Pero ese día era diferente.
Armado con su paraguas
multicolor, hizo volar con las alas de
la imaginación a aquellos niños, que vivieron mil aventuras. No se reconocía
mientras el paraguas tomaba otra forma y se convertía en la más colorida
serpiente del Circo Mundial, que un día escapó y se hizo amiga del
Pamplinoplas. Tampoco en las lluvias de gominolas del Mundo de las Hadas, ni en
la increíble historia de doña Caracola, la más risueña brujita de Transilvania.
Llegó la hora de irse. Seguía envuelto en la melodía de su
infancia y cuando, al llegar a casa, dejó el paraguas de colores en el
paragüero y se acostó, una sonrisa adornaba le adornaba el rostro.
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