martes, 31 de diciembre de 2013

Nochevieja, o un "nuevo comienzo"

Hoy es 31 de diciembre. Es evidente, no solo porque las entradas en el blog tengan su fecha puesta, no solo porque el doodle que Google nos ha ofrecido hoy ha homenajeado este tan trillado día con unos dibujitos que bailaban, no solo porque el sugerente calendario del CSMA que tengo colgado en mi habitación por cortesía de la gran Trini así lo indique, sino porque hoy es el día que elige la gente para hacer un repaso a sus vidas y contárnoslo a todos los demás haciendo uso de las redes sociales, que supongo que alguna utilidad (a parte POR SUPUESTO de cotillear) tenían que tener.

Hay dedicatorias para todos los gustos: los hay que se ponen sentimentales (bueno, creo que esta característica es más que general), los hay que han perdido a alguien (esta es la única dedicatoria que entiendo, ya que nunca es mal momento para recordar los pasos de una persona que ha caminado contigo), los hay que han viajado (e, insufriblemente para una persona en sus cabales, ponen todos y cada uno de los lugares que se han maravillado con su bendita presencia, o por lo menos eso piensan ellos), los hay más entrañables, los hay enamorados... en fin, en inventos como feisbuk, hoy es uno de los días donde la gente se siente más social que nunca (yo creo que el origen de todo es una suerte de enajenación mental producto del empacho navideño). El problema es que esta especie de sociabilidad impregnada de dulzura (pero no de la del chocolate, sino de esa que te provoca vómitos de arco iris) es cansina y vacía el 90% de las veces. Siento decirlo, pero el "cambio de año" es una convención social como otra cualquiera, basada en tradiciones culturales que, claro está, tienen su valor (el ser humano es un animal puramente cultural), pero que, bajo mi punto de vista, es llevado al absurdo en las personas que piensan que algo va a cambiar mañana, día 1 de enero.

Me gusta la idea, sin embargo, de que existen momentos de reflexión en la vida, momentos en los que, ya sea por un éxtasis de felicidad, de una alegría radiante que te recorre todos los poros de la piel en un escalofrío despampanante, o debido a una tristeza profunda, de esa incomprensible que te impide respirar, ver, oler e incluso llorar, te obligan a echar la vista atrás para intentar comprender hacia dónde se dirige tu sendero. Entonces, y solo entonces, las palabras elegidas para hacer un recorrido sobre lo que verdaderamente ha tenido significado rezuman vida, vuelan y hacen volar, respiran, corretean, algunas te hacen sonreír y otras te arrastran hacia un pozo de inextinguible tristeza... son palabras que salen del fondo del alma, que te limpian por dentro, que te ayudan, te apoyan... y, a veces, incluso te persiguen. Tuyas, inmensamente tuyas, fruto de tu emoción, de un momento que, para bien o para mal, te pertenecía y, sobre todo, consecuencia de una decisión no dogmatizada, no social, no perteneciente al cansado universo de las normas sociales, sino producto de que tus venas transporten sangre y de que a tu mente se le permita (por una vez), soñar.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Ni amor, ni odio, a veces ni respeto,
a veces ni relación.

Un contigo no vivo, un sin mí no existes,
un querer tocarte y vivirte,
un no sé qué de algo,
que no se explica.

Poder compartirte siendo mío,
casi más mío
que cuando solo yo te tengo.

Llegas a poseerme.
Llegas a ser más yo que yo,
aunque en realidad sin mí
no eres nada.

A veces te busco y no te encuentro,
estás donde siempre
y no estás,
¿o me he ido yo?

Me desnudaste de improviso,
a traición,
pero, ¿había ropa?

Y en tu busca me di un coscorrón,
dos, tres,
media docena.

El día que dejé de buscarte,
de querer ser más tú
que tú mismo,
te volví a ver.

Y ahora te intento conocer,
poco a poco, sin prisa,
oyéndote hablar por primera vez.




martes, 10 de septiembre de 2013

El paraguas de colores

Llovía a cántaros. El problema es que acababa de perder su elegante y caro paraguas, de talle elegante y fácil apertura, y el único que encontró fue el que su sobrina se había dejado olvidado la noche anterior, de todos los colores del arco iris. El dilema acabó con la decisión de que, entre su dignidad como jefe de sección y su traje nuevo, no pasaba nada por aguantar unos cuantos chistes en la oficina. Y desde luego los colores del paraguas cumplieron a la perfección con las jocosas expectativas, todo unido a que se derramó el café por la mañana y tropezó con su propia silla, lo cual le había hecho viajar en el tiempo, al patio del colegio y a sus gafas, y a ese niño torpe que aquel día había vuelto a hacer de las suyas.

Chapoteando entre los charcos de la calle, Juan volvía a casa malhumorado. De repente, notó como si una fuerza se apoderara del colorido paraguas. Empezó a escuchar una melodía tenue que le hizo olvidar la lluvia que caía con fuerza en aquel instante; una sensación cálida iba abriéndose camino en su pecho, y la melodía fue perfilándose como la canción que su querida yaya le cantaba al ir a dormir. No sabía por qué, pero en esa dulce atmósfera recordó algo que le había dicho su hermana. Ella era enfermera en el hospital y le comentó que los miércoles había un taller de cuentacuentos en la planta de pediatría. En ese momento sus pasos le encaminaron hacia allí. Cuando llegó, su hermana le recibió muy sorprendida: “Pero si a ti no te gustan los niños” le dijo. Pero ese día era diferente.

Armado con su paraguas multicolor,  hizo volar con las alas de la imaginación a aquellos niños, que vivieron mil aventuras. No se reconocía mientras el paraguas tomaba otra forma y se convertía en la más colorida serpiente del Circo Mundial, que un día escapó y se hizo amiga del Pamplinoplas. Tampoco en las lluvias de gominolas del Mundo de las Hadas, ni en la increíble historia de doña Caracola, la más risueña brujita de Transilvania.


Llegó la hora  de irse. Seguía envuelto en la melodía de su infancia y cuando, al llegar a casa, dejó el paraguas de colores en el paragüero y se acostó, una sonrisa adornaba le adornaba el rostro.