martes, 31 de julio de 2012

Verdad, mentira.

Es una cama muy cómoda. Aunque creo que idealizo sus propiedades cuando me encuentro en el séptimo sueño. El terrible despertador me ha arrebatado de un timbrazo esa vida en paralelo, ese ratito onírico que te permite aguantar las vivencias de cada día, de las cosas de verdad...

Hace unos cuantos miles de años, un tal Heráclito afirmaba "todo fluye, somos y no somos". Esta frase se puede pensar desde diferentes perspectivas. En realidad, cada día puede ser una distinta, y no nos equivocaríamos. La única verdad es que todavía no sabemos para qué estamos en este mundo, ni tampoco por qué se nos ha concedido la conciencia y la inteligencia, si, después de cientos de miles de años de evolución y de inventos increíbles y maravillosos, no hemos conseguido dar con la única verdad terrible, la de que va a llegar el día en que no seamos más que pasto de los gusanos. Nos esmeramos en encontrar un sentido para nuestra existencia en este globo de color azul, entregando nuestras horas a un sueño, nuestras lágrimas a un imposible y nuestras sonrisas a un momento. Y pensamos que la suma de estos movimientos van a conseguir que cuando nos encontremos cara a cara con la inexorable, daremos ese paso con la conciencia tranquila, puesto que nuestros días han estado repletos de contenido, de vida.

Somos, y no somos... pero realmente, ¿hemos descubierto quiénes somos? Esta frase es la verdad pura. Todo puede cambiar en un momento dado, en el que las verdades indiscutibles que describen tus actos se desmoronan, y te encuentras desnuda, desamparada y sintiendo la cruda realidad atravesando como un cuchillo frío tu cuerpo. ¿Qué es la verdad? Probablemente hay tantas verdades como personas pueblan este planeta, y seguramente todas sean mentira. Cada sociedad en la historia ha sido una serie de mentiras ordenadas de tal modo que parecen una indiscutible verdad, y que nos permiten dormir tranquilos por las noches, y realizar en esta cómoda mentira nuestro ciclo vital, dejando escapar los minutos hasta que ya no nos queda más tiempo.


lunes, 30 de julio de 2012

Adiós mi desamor...

El problema se encuentra en las vanas ilusiones, en pensar que la felicidad reside en un abrazo, en un beso...

Yo era una chica bastante normal, salvando las distancias. Siempre intentaba ser buena persona, reírme a carcajadas una vez cada dos días, algo indispensable para el equilibrio existente entre el cuerpo y la mente, soñar despierta era y sigue siendo una de mis aficiones habituales, andar pensando en la Luna, mirar a la Luna por las noches imaginando y reviviendo caminos andados, esforzarme en los estudios cuando la ocasión lo requería, y dejar pasar los minutos en mi pequeño universo de cosas pasajeras, y que tan eternas nos parecen cuando las vivimos.

Sin embargo, un día mi corazón dio un vuelco y dejó de latir a un ritmo constante. Un chico apareció, y su nombre se escribió con letras mayúsculas en mi pecho, impidiendo al resto de los órganos actuar con libertad. Empezó tomando forma en algún resquicio traidor de mi soñadora mente, y poco a poco fue adueñándose de mi débil cuerpo, hasta invadir toda mi persona, que ha vivido hasta entonces intentando huir de tan incómodo visitante.

Porque él no siente lo mismo. Supongo que es injusto, un sentimiento que se ha convertido en el motor de toda tu existencia y que sólo ha entrado en tu interior para oprimirte, para tenerte atrapada entre sus fauces como si de un Cancerbero se tratara. Algo que podría ser tan hermoso, se ha convertido en una plaga que ha invadido tu interior, y que sientes en tu pecho extendiendo la tristeza, que sale a borbotones a través de las lágrimas de tus ojos.

Pero hay que seguir. El camino vendrá con más sorpresas, y, dado que la Fe mueve montañas, habrá que trabajar mucho esa fe para escalar este bache tan molesto...

Pero lo conseguiré.

viernes, 13 de julio de 2012

Adiós Sol, gracias por todo...

El otro día fui a montar en bici. Si viviera en una ciudad como Alcalá de Henares, la cual está muy cerca de este lugar, hubiera sido un ejercicio de alto riesgo para mi integridad física, dado que una de las muchas mentiras de su gran alcalde fue la del carril-bici que no existe. Uno de los numerosos casos que se han dado en esta bonita piel de toro llamada España, de donde son mis antepasados, por lo menos los inmediatamente recientes (y con esta expresión me refiero a 200 años atrás, etapa ridícula comparada con los muchos más años de existencia de este planeta, pero por lo que ya tengo que levantar la voz con orgullo y defender mi españolidad, otro invento humano, mucho más antiguo y complejo).

Pues no montaba en Alcalá. El final de mi calle es un campo de trigo, de hecho es un campo conocido como El Trigal, nombre muy apropiado por cierto. De allí parten una serie de planicies donde hay diferentes caminos, que serpentean entre olivares, y un monte con pinos desde donde se ven las majestuosas montañas a lo lejos, y todo Madrid, con su perfil amenizado con torres que se empeñan en tocar el cielo. De hecho, en la cima dislumbramos a lo lejos hasta Guadalajara.

Pero de lo que yo quería hablar era, en realidad, de la puesta de Sol que pude ver. Es curioso, me encantan. Me podría gastar cientos de miles de euros en Spas, en fiestas y en cosas asombrosas (si los tuviera, por supuesto), y sé que nada igualaría a esos momentos que se me regalan día tras día. Siempre intento pararme a ver los dibujos que hacen las nubes, que juegan allá arriba con colores impensables. Sólo hay que mirar al cielo, y disfrutar con el maravilloso cuadro que se nos presenta, y que ningún artista humano podrá igualar. Pero ese momento fue especial. Había sido un día duro, muchas decisiones difíciles y desencanto, que se esparcía desde mi alma hacia todos los poros de mi piel, para salir a bocanadas en lágrimas de desilusión.
Cogí mi bici y me perdí entre aquellos árboles retorcidos, entre el trigo amarillento y las tenues colinas amarronadas. Subí al monte. En la cima, me sorprendió una luz dorada que me envolvía. Bajé de la bici, y con el perfil de la inquieta Madrid como fondo el Sol se fue despidiendo poco a poco, llevándose consigo todas mis preocupaciones, que tanto me hacen sufrir. El color del atardecer, que envuelve con su luz especial cuanto toca, se había apoderado ya de todo mi entorno, introduciéndome en una atmósfera especial. Poco a poco fue tornándose anaranjada, mientras algunas nubes alargadas hacían acto de presencia y rallaban el astro brillante, que se despedía entre morados y rojizos.

Cuando volví, en el fondo de mi ser, e iluminando mi senda, se encontraban todos esos colores apaciguando las circunstancias que se presentaban, dándoles una nueva forma forma, haciéndolas posibles, dándome fuerza, formando parte de mí.