sábado, 21 de junio de 2014

Carpe diem

"Vive el momento". Hasta hace relativamente poco tiempo, la significación que estas palabras latinas tenían para mí se relacionaba con un concepto de libertad romántica, en el cual había que exprimir la vida al máximo, ser impulsiva, valiente; una persona para la que cada momento fuera una aventura, y para la que los segundos pasaran sin darse ni cuenta, sin pensar que pasan ni en que llegará el día en el que ya no haya más para gastar. O, dicho de otra manera, lo contrario de lo que, durante algún tiempo, parecía ser mi propia vida. Tengo una cierta tendencia a los pensamientos abstractos, que se entrelazan en las ramificaciones de mi imaginación, acabando muy lejos de mi tiempo terrenal. El problema es que mis imaginaciones son caprichosas y, en ocasiones, ambiciosas, llegando a producir un abismo entre mi existencia vital y la realidad soñada por los entresijos de mi pensamiento. Esta dualidad mal asimilada me entristecía enormemente, pues veía que el carpe diem, la vida intensa que soñaba para mí, se tornaba inalcanzable en mi propia realidad. Cada movimiento era pensado y analizado con cautela, casi con miedo, sopesando y sintiendo las consecuencias y posibles caminos de cada uno de mis pasos en la vida.

Después de mucho pensar, de implorar al universo un cambio de personalidad que nunca llegaba (ni llegará, afortunadamente), de suplicar un lugar en la vida; un día, derrotada, descubrí sin darme cuenta mi carpe diem, mi "vive el momento", mis segundos repletos de vida. Y fue en algo que siempre había estado allí, esperándome. Bécquer estuvo acertado en su definición: "Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa". Efectivamente, mi violín no estaba en un ángulo oscuro, ni estrictamente en silencio, y ni por asomo se me había olvidado su existencia física, pero desde hacía demasiado tiempo había olvidado cuál era su verdadero sonido. Porque sí, yo tocaba, incluso iba pasando los cursos de una carrera que parecía ser interminable, pero no sentía la magia, el por qué, de la música.

Ella, la Música con mayúsculas, ha dejado de ser un yugo y se ha convertido en un símbolo de libertad. Pero no me refiero a la utopía romántica, sino a la sensación de que, mientras tocas, los segundos en los que el sonido puebla el aire son inmensamente tuyos. Cuando sientes las armonías, cuando percibes que el estudio no lleva como resultado tocar "bien" o "mal", sino que te permite explorar cada vez más y más en el sonido que te envuelve, que cada vez está más relacionado con lo que tú eres, con lo que sientes, con lo que has oído y lo que oirás, estás viviendo el soñado carpe diem. Mientras los átomos que te rodean están cargados de la música que sale del alma, o de las entrañas, o de las lágrimas, o de las sonrisas que nunca salieron, o de los ecos de otras músicas, no existe el antes ni el después, el ayer o el mañana, solamente ese momento, único, irrepetible, intenso, y repleto de vida.

No es necesario vivir al límite, ser irreflexivo o impulsivo. Está bien ser así, el mundo es hermoso porque está lleno de colores, de formas, de sonrisas... pero yo he elegido mi propia forma de carpe diem.

Y eso me hace feliz.


lunes, 16 de junio de 2014

El estudiante viajero

¡Lo cojo, lo cojo! ¡Venga chica que llegas! Y sí, tengo asiento. Vale, no estoy nervioso. He estudiado, si me pongo a pensarlo seguro que lo tengo… el andaluz, seseo, yeísmo, frontera este oeste… ¿qué era lo otro? ¡No puede ser! A ver, sí, Vallecas ya… pues la que dice las paradas es yeísta… ¡Concéntrate! Buf, es imposible con este chico al lado, ¿no se ha enterado de que hay móviles con cascos? ¡Una señora mayor! Total, por dos paradas… De nada. Esas gracias… ¡ya lo tengo, apertura vocálica! ¡Gracias a usted señora!

(Dedicado a los futuros filólogos, y a la peculiar manera con la que empiezan, o mejor dicho, empezamos, a percibir las realidades que nos rodean; las cuales, paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, están dejando de ser insulsas).