miércoles, 14 de junio de 2017

El río Angará es una mujer

El río Angará empezó siendo como todos; es decir, durante un tiempo se compuso de una cavidad alargada, bastante grande (incluso amplia, incluso inmensa), en la que vivían animales, que parecían inocentes, a saber:
     - Ratas nadadoras que construían diques.
     - Peces pequeños, que se colaban entre los dedos de los pies.
     - Peces grandes, que se devoraban los unos a los otros.
Y algún animal más, que acababa por componer esta fauna.

Pero un día, como si alguien hubiera destaponado un mecanismo invisible, el río Angará se empezó a evaporar. Nubes y más nubes, producto de esa extraña condensación, subían en dirección al cielo. Las ratas y los peces grandes y pequeños observaban impotentes este extraño suceso. La gente que habitaba en casas de madera no entendía la razón de que el agua que regaba sus dachas y lavaba sus ropas y les daba de beber iba desapareciendo poco a poco, sin dejar rastro.

Y algo había ocurrido. El río Angará se había enamorado.

De un cabello largo y rizado, de unas lágrimas saladas, de un nadar lánguido y desigual que había cesado de repente, entre vísceras golpeadas y sangre incomprendida.

El río Angará no quería ser. Y se iba, se estaba yendo. Solo quedaba ya un un absurdo reducto, un último hilo de agua-vida que acabaría con todo lo que había sido.

Un último suspiro, una llamada de socorro desesperada se aupó en el viento huracanado, y se movió a través de las hojas de los árboles, por entre las rendijas de las puertas, colándose por ventanas y agujeros en las paredes.

Ella, la del cabello inverosímil, la del andar indirecto y el sueño profundo, recibió la súplica como una oleada inevitable. Nada pudo hacer, el Angará se la tragó hasta lo más profundo, transformando su cuerpo en líquido y sus ideas en vida, y el sonido de su voz, en viento.

Nadie la oyó, ni la vio. Jamás pudo volver a su ser.

Poco a poco se alejó de su yo primigenio, y empezó a ser diques, y agua para el regadío y, tras varios cambios en el mundo, incluso electricidad.

El río Angará volvió a ser, pero con nuevos inquilinos. Unas algas como ramas que se zafaban por entre las piernas de los bañistas incautos, y de las ratas despistadas, y de los (no tan rápidos) peces grandes y pequeños.

Sus enrevesados cabellos nunca perdieron su sensibilidad.

Ella es Angará, y Angará es ella misma, y a la vez su carcelero.

Pero nadie oye ya sus lamentos en el viento.

lunes, 15 de mayo de 2017

Agua helada

Todo es una cuestión de percepción.

Últimamente, no sé si es porque este año se me está escapando entre las yemas de los dedos sin pena ni gloria, pienso y repienso sobre Siberia. 

Siberia, remoto lugar de bosques helados y corazones tiernos. De ideas encontradas, de culturas ancladas, tan diferente a todo lo que había visto antes.

No se me irá de la cabeza. Recomiendo a todo aquel que (perdido en la red invisible que a todos nos "conecta" a una pantalla que simula poseer una parte de nosotros mismos), acabe en estas palabras, que si tiene la oportunidad pruebe una "banna" rusa. Es algo así como una sauna, y todos los siberianos tienen una en su "dacha", o casa de campo.

A mí, he de reconocerlo, al principio me inspiró algo más que respeto. No me gustan los lugares cerrados, y en la "banna" el calor y la humedad es muy intensa. 

Poco a poco, me fui relajando, acostumbrándome paulatinamente a una atmósfera que, a priori, ubicaba en mis peores pesadillas. Conforme mi cuerpo se relajaba, los poros de mi piel se iban abriendo, transpirando, respirando, sudando impurezas y temores, olvidando.

Es cierto, ante preguntas que me han hecho, que te azotan suavemente con un haz de hierbas aromáticas. No es en absoluto doloroso, más bien, la epidermis responde al estímulo oloroso relajándose aún más.

El contraste de temperatura, por lo visto, es bueno para la circulación. Como no podía ser menos, salimos corriendo y nos bañamos en una pequeña piscina, que estaba, aproximadamente, a 1º. No sientes el frío, y te tienen que azuzar para salir corriendo, ya que puedes enfermar si abusas.

Pero tú no lo sientes.

Quizá lo haga, qué más da. Tú solo sientes que tu cuerpo respira, que está relajado. como hacía tiempo no lo estaba.

Cuando todo acabó, volvimos a la "dacha" en albornoz. Era curioso, no se me olvidará la imagen del humo que salía de mi piel frente a la luz de un cielo estrellado.

Aun hoy lo recuerdo. Cuando pierdo la respiración ante la montaña de trabajos inútiles que tengo que hacer, participando de la insulsa titulitis que nos llena la boca de palabras vacías y la pared de papeles sin contenido. 

Es en esos casos cuando recuerdo el olor de las hierbas aromáticas, el agua fría (pero en absoluto fría), el humo apacible, las estrellas incontables...

En fin, literatura.

sábado, 29 de abril de 2017

Lola Soledad

Y de nuevo, el pájaro negro sobrevolando mi cabeza.

Soltando su lastre de verdades como puños, de mentiras disfrazadas, de hirientes puñaladas en mi corazón.

Perdiéndome en esta sociedad de imágenes impostadas, que me sumergen en un laberinto de risas sin puerto y miradas sin destinatario.

Pasando sin orden ni concierto, atronando mi torre inclinada, sujeta a los caprichos del viento. Sin amarre, sin destino... sin suerte. Esperando un tren que nunca llega, que nunca llegará, hasta que mis palabras pertenezcan al recuerdo de los que me vieron.

Te espantaré con mis cenizas.


viernes, 27 de enero de 2017

Son esos días de lluvia

Esos días de lluvia, en este pedazo de tierra seca. Bajo este sol de justicia que te agrieta las manos, que define tu piel con mil (indeseadas) formas que te dan (más) edad, que te piden cremas y agua y menos luz y más nubes.

Este viernes, concretamente este, de entre tantos como tiene el año. Entre el agobio de cientos de proyectos por hacer, de deseos que (de nuevo) vuelven a evaporarse con la misma prontitud con la que entraron.

Oyendo las gotas de lluvia caer (¡plop! ¡plop!), a través de mi ventana. Con la nariz taponada, y casi ensangrentada, y finalmente... y finalmente nada.

Con muchas cosas que hacer, muchos proyectos por cumplir, muchos días repletos que suceden a otros, en un ir siempre hacia adelante, con un objetivo lejano pero al alcance de los dedos...

Y hoy, ¿qué?

¿Qué hago con los días de lluvia? ¿Con las gotas que (¡plop! ¡plop!) caen más allá de mi ventana? ¿Qué hago con esa parte que quiere estar así, sin más? ¿Que solo quiere escuchar cómo caen? ¿Cómo la tierra recibe el agua con sus recovecos resecos, deseantes, espectantes?

¿Que solo quiere estar? ¿Que de hecho es? ¿Que no ve objetivos, que dice que el futuro no existe, que no programa, ni cuenta, ni habla?

¿Qué hago?