jueves, 31 de mayo de 2012



       Otro domingo por la mañana "en familia". Ese día en especial, el madrugón pretendía ser educativo, y a regañadientes visitaron el museo. Su hermana Inés, como siempre, cogió los auriculares a la entrada y se propuso escuchar las explicaciones de todos y cada uno de los cuadros, hasta el más insignificante de ellos, con la consiguiente desesperación del resto de la familia, que se traduciría en un creciente malestar que acabaría en dolor de cabeza por su parte, y en gritos y pequeñas discusiones en general.

Sí, estaba seguro, mientras pasaba su aburrida mirada por aquellas pinturas de otros tiempos, con vestidos de épocas lejanas que no tenían sentido alguno para él.

El motivo de la visita había sido la exposición itinerante de un tal Chagall. Nunca había oído hablar de él, pero se lo imaginaba como un aburrido pintor más, que pasaría ante sus ojos sin pena ni gloria. Éstos eran los pensamientos que rondaban su cabeza cuando levantó la mirada y una profusión de colores apareció ante él. Como si de un embrujo se tratara, con el corazón palpitante se vio envuelto en un remolino de formas confusas, que le transportaron muy lejos de allí, al reino de los peces morados, del viento huracanado que alborotaba los cabellos de las ninfas, de las flores de mil formas y de los árboles de oro.

Para cuando salió de aquella sala, muy a pesar suyo, ya había entendido el significado del arte.