viernes, 28 de febrero de 2014

Soria, pura vida


No sé qué pasa por mi cabeza últimamente; quizá sea este invierno tan largo, a lo mejor son las demasiadas cosas por hacer, la necesidad de un descanso... o también puede ser esta sensación tan amarga que aparece de vez en cuando, y que me hace sentir como pez fuera del agua, como nube solitaria en el inmenso cielo azul, como una hoja indecisa movida por el viento, de acá para allá, sin rumbo, sin por qué, sin algo que la sujete a ninguna parte... Un nervio que recorre mi cuerpo en ráfagas eléctricas de escalofríos traidores, oir que la gente me habla y no entender nada, un vivir de sueños, con la cabeza en otra parte, más cerca del sonido del viento que de las voces que me rodean...

Existe un lugar en el que mi ritmo de vida es lo suficientemente pausado como para poder ver a distancia mis sueños, en el que no me da miedo volar. Pasear a la orilla del río, oir el sonido de los álamos movidos por el viento, sentir el frío arañando tu rostro, golpeando tus manos, dejando que los demás adivinen tu sonrisa resguardada en la bufanda por el brillo de tus ojos... la gente no habla, canta, se esmera en decir todas las letras de las palabras, sus eses, sus puntos, sus des intervocálicas...

Te echo de menos, mi querida Soria. Por todo lo que he dicho, por todo lo que he vivido allí, porque en cada esquina hay un recuerdo de un tiempo en el que tú, Soria, eras el único lugar donde me permitía el lujo de soñar viviendo, y no solo soñar despierta. Te echo de menos porque la soledad de los viejos caserones y de las desiertas calles, aunque parezca una paradoja, a mí me hacen sentir viva. Sí, es un tópico, de esos de los que me encanta echar pestes, el tópico del romántico que se pierde huyendo del mundanal ruido, pero es que este ruido mundano que me rodea es ensordecedor, me persigue y, en ocasiones, acaba por atraparme.

El sonido del agua, la silueta de los árboles centenarios, la mirada de las personas tranquilas... Reflejo del reposo del alma que busco y no consigo encontrar, que se me escapa entre las yemas de los dedos, que va y viene, inconstante, dejándome en este mar embravecido echando de menos mi asidero castellano...