lunes, 15 de mayo de 2017

Agua helada

Todo es una cuestión de percepción.

Últimamente, no sé si es porque este año se me está escapando entre las yemas de los dedos sin pena ni gloria, pienso y repienso sobre Siberia. 

Siberia, remoto lugar de bosques helados y corazones tiernos. De ideas encontradas, de culturas ancladas, tan diferente a todo lo que había visto antes.

No se me irá de la cabeza. Recomiendo a todo aquel que (perdido en la red invisible que a todos nos "conecta" a una pantalla que simula poseer una parte de nosotros mismos), acabe en estas palabras, que si tiene la oportunidad pruebe una "banna" rusa. Es algo así como una sauna, y todos los siberianos tienen una en su "dacha", o casa de campo.

A mí, he de reconocerlo, al principio me inspiró algo más que respeto. No me gustan los lugares cerrados, y en la "banna" el calor y la humedad es muy intensa. 

Poco a poco, me fui relajando, acostumbrándome paulatinamente a una atmósfera que, a priori, ubicaba en mis peores pesadillas. Conforme mi cuerpo se relajaba, los poros de mi piel se iban abriendo, transpirando, respirando, sudando impurezas y temores, olvidando.

Es cierto, ante preguntas que me han hecho, que te azotan suavemente con un haz de hierbas aromáticas. No es en absoluto doloroso, más bien, la epidermis responde al estímulo oloroso relajándose aún más.

El contraste de temperatura, por lo visto, es bueno para la circulación. Como no podía ser menos, salimos corriendo y nos bañamos en una pequeña piscina, que estaba, aproximadamente, a 1º. No sientes el frío, y te tienen que azuzar para salir corriendo, ya que puedes enfermar si abusas.

Pero tú no lo sientes.

Quizá lo haga, qué más da. Tú solo sientes que tu cuerpo respira, que está relajado. como hacía tiempo no lo estaba.

Cuando todo acabó, volvimos a la "dacha" en albornoz. Era curioso, no se me olvidará la imagen del humo que salía de mi piel frente a la luz de un cielo estrellado.

Aun hoy lo recuerdo. Cuando pierdo la respiración ante la montaña de trabajos inútiles que tengo que hacer, participando de la insulsa titulitis que nos llena la boca de palabras vacías y la pared de papeles sin contenido. 

Es en esos casos cuando recuerdo el olor de las hierbas aromáticas, el agua fría (pero en absoluto fría), el humo apacible, las estrellas incontables...

En fin, literatura.