martes, 10 de septiembre de 2013

El paraguas de colores

Llovía a cántaros. El problema es que acababa de perder su elegante y caro paraguas, de talle elegante y fácil apertura, y el único que encontró fue el que su sobrina se había dejado olvidado la noche anterior, de todos los colores del arco iris. El dilema acabó con la decisión de que, entre su dignidad como jefe de sección y su traje nuevo, no pasaba nada por aguantar unos cuantos chistes en la oficina. Y desde luego los colores del paraguas cumplieron a la perfección con las jocosas expectativas, todo unido a que se derramó el café por la mañana y tropezó con su propia silla, lo cual le había hecho viajar en el tiempo, al patio del colegio y a sus gafas, y a ese niño torpe que aquel día había vuelto a hacer de las suyas.

Chapoteando entre los charcos de la calle, Juan volvía a casa malhumorado. De repente, notó como si una fuerza se apoderara del colorido paraguas. Empezó a escuchar una melodía tenue que le hizo olvidar la lluvia que caía con fuerza en aquel instante; una sensación cálida iba abriéndose camino en su pecho, y la melodía fue perfilándose como la canción que su querida yaya le cantaba al ir a dormir. No sabía por qué, pero en esa dulce atmósfera recordó algo que le había dicho su hermana. Ella era enfermera en el hospital y le comentó que los miércoles había un taller de cuentacuentos en la planta de pediatría. En ese momento sus pasos le encaminaron hacia allí. Cuando llegó, su hermana le recibió muy sorprendida: “Pero si a ti no te gustan los niños” le dijo. Pero ese día era diferente.

Armado con su paraguas multicolor,  hizo volar con las alas de la imaginación a aquellos niños, que vivieron mil aventuras. No se reconocía mientras el paraguas tomaba otra forma y se convertía en la más colorida serpiente del Circo Mundial, que un día escapó y se hizo amiga del Pamplinoplas. Tampoco en las lluvias de gominolas del Mundo de las Hadas, ni en la increíble historia de doña Caracola, la más risueña brujita de Transilvania.


Llegó la hora  de irse. Seguía envuelto en la melodía de su infancia y cuando, al llegar a casa, dejó el paraguas de colores en el paragüero y se acostó, una sonrisa adornaba le adornaba el rostro.